martes, 27 de enero de 2009

EL AMOR DE JUANA LA LOCA


El matrimonio se celebró en Lille, el 21 de agosto de 1496. Las crónicas relatan que no pudo empezar con mejores auspicios: la atracción física entre los novios fue muy intensa desde el momento de conocerse, obligando a precipitar el casamiento para permitir a los fogosos cónyuges consumarlo de manera inmediata.
Pronto quedo Juana embarazada, el 15 de noviembre de 1498, nació una niña a la que se puso el nombre de Leonor (quien en el futuro será una de las primeras bazas en la política exterior de su hermano, el emperador Carlos, casará primero con el rey Manuel I de Portugal y tras quedarse viuda, contraerá matrimonio con Francisco I de Francia). Según la opinión mas extendida, este embarazo fue el detonante para el cambio de actitud experimentado por Felipe, que vuelve a sus devaneos amorosos con las damas de la Corte.
La ausencia de prensa especializada no impidió que la situación se hiciese del dominio público y llegase a conocimiento de la esposa. Para sorpresa de todos, la princesa no reaccionó acorde con el proceder establecido por la sociedad en casos parecidos; en lugar de transigir con la situación - quizá pagando con la misma moneda – exigió fidelidad a su marido. Como, a despecho de la firme actitud de la princesa, el caballero no varió un ápice su comportamiento, Dª Juana, presa de unos celos obsesivos, puso de su parte todo lo posible para retornar a las apasionadas relaciones – tuvieron cinco hijos más en el espacio de siete años – emprendiendo, a la vez, una estrecha vigilancia del infiel compañero, lo que dio lugar a infinidad de situaciones más o menos embarazosas. Como ejemplo de este comportamiento sorprendente se cita dos anécdotas reveladoras:
Agredió a una dama de compañía, cortándola el cabello con sus propias manos, por tener sospechas – parece ser que con total fundamento - de ser una de las furtivas amantes de Felipe.
El 24 de febrero de 1500 nace su segundo hijo, Carlos, el futuro Emperador. Cuenta la tradición que el parto tuvo lugar en un pequeño retrete del palacio de Gante, porque Juana, a pesar de su avanzado estado de gestación, acudió a una fiesta para vigilar de continuo a su marido, sorprendiéndola allí la rotura de aguas.
No debe extrañar que ante tan insólita afectación, los cortesanos empezasen a sospechar del equilibrio anímico de la futura soberana, comenzando a tejerse la leyenda que la acompañaría en la posteridad.
Las crónicas señalan una mejora en las relaciones entre ambos cónyuges a partir del nacimiento de Carlos. No falta quien achaca el acercamiento de D. Felipe a su ambición, las circunstancias le colocan en disposición de reinar en España: D. Juan, hermano mayor de la princesa muere en 1497, un año más tarde corre igual suerte la siguiente hermana, Isabel; por último, el hijo de esta, el infante Miguel de Portugal fallece en 1500. Los desgraciados sucesos convierten de forma automática a Juana en heredera de las coronas de Aragón y Castilla. Fruto de la nueva luna de miel es el tercer alumbramiento: en 1501 viene al mundo Isabel, que llegaría a ser reina de Dinamarca tras su matrimonio con Christian II.

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